La Argentina de Milei: precios europeos y salarios africanos
La Argentina de Milei: precios europeos y salarios africanos
Ya realizada la transferencia de ingresos a favor del sector más concentrado del capital y con una catástrofe social en desarrollo, Javier Milei se entrega a EEUU como garante de su sostenibilidad
Más de 1.100 camiones salen todas las noches a levantar la basura en la Ciudad de Buenos Aires. Normalmente cargan 12.000 kilos cada uno. En el mismo recorrido actualmente solo recogen 5.000. El dato lo aportó Pablo Moyano, dirigente sindical de camioneros. Ilustra la situación económica que vive la Argentina desde que Javier Milei busca convertirla en un paraíso para las grandes empresas, y en un infierno para todos los demás.
Argentina era en diciembre un país barato en dólares. Ocurría que desde países fronterizos cruzaban para adquirir determinados bienes. Desde que asumió Milei no solo es alta la inflación en pesos, también la disparó en la moneda estadounidense. Buenos Aires es hoy más cara que muchas ciudades europeas. Pero los salarios rondan el 10%. Si la inflación en pesos y la devaluación del dólar continuaran al ritmo actual, en pocos meses Argentina podría ser el país más caro del mundo, pero con salarios propios de las naciones más pobres. Por eso durante Semana Santa el movimiento invirtió el sentido y miles de argentinos cruzaron las fronteras para comprar en países vecinos.
La administración conducida por el presidente ultraliberal aplica un programa de ajuste tan radical que a los economistas neoliberales del Fondo Monetario Internacional les resulta un exceso. Ya le recomendaron tres veces que afloje, comparten los objetivos, pero temen que no sea sustentable en el tiempo. Por vía del ajuste fiscal el Gobierno busca bajar la inflación sin reparar en las consecuencias sociales que tenga. A eso apuesta todas sus fichas, tener un éxito en ese frente que le permita ganar tiempo y paciencia social ante la caída del nivel de vida. Para ayudar a entender por qué un pueblo soportaría eso –desde países que no tienen la inflación que padece Argentina, alrededor del 275% actualmente– hay que tener presente que una inflación en esos niveles produce un desquicio social que tiñe todas las esferas de la vida cotidiana.
En los últimos días, Milei recibió dos noticias que afectan la sustentabilidad de esa hoja de ruta. La primera es que debido a la recesión autoinducida, la recaudación fiscal cayó un 16% y vuelve a abrir una brecha entre ingresos y egresos que obliga –si quiere conservar el superávit– a seguir apretando torniquetes que ya están demasiado ajustados.
Además, esa caída de la recaudación complica su ya difícil vinculación con los gobernadores. El impuesto a las ganancias cayó un 40,2%, mientras que el IVA se redujo un 15%. Ambos son coparticipables, se giran de manera automática a las provincias. De esta manera caen los recursos con los que cuentan los tesoros provinciales, lo cual obligará a los gobernadores a redoblar la presión para obtener ingresos por parte del estado nacional por otra vía. La respuesta que recibirán será probablemente negativa sumando tensión a la vinculación entre el presidente y los gobernadores, y al interior del conjunto social de cada una de las provincias.
La segunda noticia negativa que afecta otra columna del plan del ministro de Economía, Luis Caputo, es el reclamo de las entidades agropecuarias para mejorar los ingresos que recibe el sector por la venta de soja y maíz en el mercado mundial. Hay dos formas de lograr esa mejora. Una –descartada– es bajar las retenciones (derechos de exportación) que pagan los productores. Por esa vía se desfinancian aún más las cuentas públicas y crece el déficit que en el diagnóstico del gobierno es el culpable de la inflación.
La segunda opción es una nueva devaluación que eleve el valor del dólar e incremente la cantidad de pesos que reciben los productores. El problema de esta variante es que esa subida del valor de la moneda dura, se trasladaría inmediatamente a los precios locales y también aceleraría la inflación. Ese curso de acción impediría a Milei tener el único «éxito» que podría mostrar en estos meses de gestión; una baja sostenida de la inflación, la piedra de toque a la que apuesta para ganar el tiempo y la paciencia mencionados. Desactivar ese gran desquiciador social.
Hay otra opción. ¿Qué ocurre si desoye al campo y no implementa un mecanismo para mejorar sus ingresos? Los terratenientes tienen la posibilidad de guardar la producción y esperar a que satisfagan su pliego de condiciones. El interrogante entonces es quien dispone de más tiempo para sentarse a mirar el atardecer en el horizonte pampeano.
La cosecha es la principal entrada de dólares que genera el país. El Banco Central presenta un balance negativo y necesita esos dólares para cumplir con los compromisos externos, los únicos inviolables para este gobierno hegemonizado por lo más concentrado del capital financiero nacional e internacional. En el límite debería incumplir pagos, no tanto con el Fondo Monetario Internacional que aportará dólares destinados a pagarse a sí mismo, sino compromisos contraídos con privados. O bien financiarse en el mercado de deuda, algo que el Ministro de Economía viene realizando con pasión. Uno de los ítems del que solo se está abonando una fracción, son las importaciones realizadas desde diciembre hasta la actualidad que se pagan a razón de 25% cada 30 días. ¿Van a estar los dólares para hacerlo o se profundizará el descalabro del sistema productivo nacional?
Para evitar ese encierro, Caputo viajará nuevamente a EEUU a buscar algunos miles de millones. Si los consigue, ganaría tiempo en la apuesta para apurar una primavera que permita estabilizar la macroeconomía y el Gobierno. Eso no va a parir un plan económico, pero sí permitirá extender en el tiempo un plan de negocios. Ese es el único objetivo que importa a Caputo, no así a Milei que tiene miras más amplias.
El precio será el mismo que el país paga ininterrumpidamente desde 1982: un endeudamiento siempre creciente que llevará en el futuro a que los mismos males que hoy lo aquejan, reaparezcan mañana agravados por más deuda. En ese hipotético futuro, algún Milei o algún Caputo, como antes fueron Menem y Cavallo, deberán vender otros espejitos de colores que puedan ser confundidos con una bonanza que nunca llegará.
El descalabro que amenaza en el frente externo por vía de la escasez de dólares, tiene su análogo en pesos en el frente interno. El Gobierno implementa una contabilidad creativa para que la planilla de Excel arroje un superávit. A su vez esa planilla es un insumo para que los «periodistas amigos» –digamos mercenarios de turno– puedan ocupar minutos con algo que resuene a una buena noticia –una tarea cada vez más ardua y por eso mismo cada vez más importante– para mantener la imagen del gobierno por encima del lugar a donde la conducen los resultados de la gestión.
Ese superávit fue construido a partir de dejar de pagar cosas, algunas de ellas extremadamente sensibles. Para que se entienda, a través de un ejemplo –siempre polémico–que equipara la economía familiar a una economía nacional: el superávit de Milei es el equivalente al de una familia que festeja que el último día del mes tiene plata en el bolsillo pero no contabiliza que debe el alquiler y la electricidad. Corre el peligro de enfrentarse a un desalojo y a un corte de luz. Entre las cosas que dejó de pagar el estado argentino están las facturas a las empresas generadoras de electricidad.
Además de la economía, también el medioambiente amenaza a la administración ultraliberal. En los últimos 30 días una conspiración de mosquitos aceleró una epidemia de dengue que ya cuenta 260.000 contagios y 161 muertos. Podría tratarse de una fatalidad de la naturaleza, pero sobre ella el presidente y su equipo sumaron su aporte. El país está desabastecido de repelentes e insecticidas. Sin reflejos, el Gobierno no atinó a intervenir a tiempo y solucionar el faltante. Allí confluyeron dos cosas, la mala praxis –el equipo de gobierno no es malo, sino espantoso– y una más profunda, su concepción ideológica. Desde su llegada, derogó la Ley de Abastecimiento y todos los instrumentos que le hubieran permitido detectar lo que iba a ocurrir. Creen hasta la necedad, que el mercado debe autorregularse sin intervención estatal.
Al son de estas desavenencias, la imagen positiva de Milei ya cayó entre 20 y 25 puntos según distintas mediciones. En los próximos 90 días, todo lo que está mal, empeorará. Quedan por delante aumentos desmedidos en la luz, el gas y el transporte. Función inversa de las tarifas, es probable que la imagen de Milei siga transitando esa pendiente con epicentro en el sector social normalmente definido como clase media –preponderantemente clase trabajadora–.
Si llega a un punto muy bajo, es factible que los enemigos que cosecha con fruición en el sistema político, pero también los amigos del éxito, se propongan desplazarlo. Ya habrá realizado la tarea sucia que el sistema le encomendó, una transferencia de recursos hacia el sector más concentrado del capital y un saneamiento de las variables más desquiciadas del capitalismo argentino. Si ese fuera el caso, los modos que son festejados como excéntricos volverán al lugar del que nunca debieron haber salido, y serán condenados como execrables. Aún incipientes, ante la fuerza de la realidad, los dos periodistas a los que Milei agradece más enfáticamente por la construcción mediática del personaje repugnante que encarna –para ellos fue un negocio por la vía del rating, para el país una calamidad que se pagará por décadas– comenzaron a mechar expresiones puntuales donde toman distancia de su creación. Nos referimos a Alejandro Fantino y Jonatan Viale. No los mencionamos porque sean relevantes sus palabras, sino porque traducen la temperatura social que ellos perciben.
Si algún sector del poder decidiera deponerlo por la vía de un juicio político, las pruebas necesarias para hacerlo estarán a la mano, Milei dejó sus dedos marcados en cuanto causal de destitución pueda haber. Ese es es uno de los ángulos para entender la entrega del país a los EEUU: que Milei sobreactúa con escenas que recuerdan a la película «Bananas» de Woody Allen. Busca que el factor externo ordene la política interna. Confía en que la amenaza del poder imperial discipline a franjas del poder económico articuladas con el sistema político, que estén fantaseando con desplazarlo en favor de una opción igualmente entreguista pero más «razonable» en el ejercicio del poder político. Ya hay por lo menos cuatro alternativas de recambio que se mueven tras bambalinas. Con la realidad acechándolo, Milei tiene por delante meses donde transitará un sendero sinuoso y resbaladizo.
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