Argentina_Tucumán
Campo Herrera:

La vida de un pueblo que funciona como cooperativa
(nota de archivo 09/11/1998)
Está a 40 kilómetros de la capital tucumana
La cooperativa agropecuaria se fundó en 1967.
El paisaje al costado de la ruta está dibujado por cañaverales en todas las etapas de su ciclo vital: plantas altas que esperan ser cosechadas, otras más pequeñas, al parecer, sembradas poco tiempo atrás y las ya trozadas por las máquinas cosechadoras. Después de unos kilómetros, la caña de azúcar cede tierra a los limoneros. Verde intenso y amarillo son los colores de esta nueva postal. Un cartel cubierto de óxido apenas deja saber cuál es aquel paraje tucumano. Las letras -se adivinan blancas- dicen Campo de Herrera. Y surge el pueblo: un caserío humilde con techos de chapas levantado a lo largo de un par de kilómetros.Hasta aquí, Campo de Herrera, con unos dos mil habitantes, se ve como cualquier otro pueblo tucumano. Tiene la caña de azúcar, otras plantaciones como cítricos y frutillas, gente que va y viene en bicicleta, calles de tierra. Sin embargo, la historia del pueblo, ubicado a unos 40 kilómetros de la capital provincial, es el relato de un experimento inédito.Allí no hay intendente ni delegado comunal. Hace más de veinte años la gente de Campo de Herrera pidió que la Policía dejara el pueblo. Y sus habitantes están asociados en una cooperativa agropecuaria que se hace cargo, por ejemplo, de la recolección de basura, el alumbrado público y la provisión de agua. El trabajo comunitario sostiene a Campo de Herrera.
El cierre de los ingenios
Como cooperativa, se fundó en 1967. Fue una de las estrategias armadas -con el apoyo y la coordinación del INTA, Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria- para enfrentar la gran crisis de la industria azucarera de un año antes, cuando el presidente de facto Juan Carlos Onganía decidió cerrar 11 ingenios tucumanos.
La otra es más dramática: 200 mil personas dejaron la provincia para buscar trabajo, sobre todo en Buenos Aires.
"Antes, Campo de Herrera era una colonia del ingenio Bella Vista. En casas de barro y paja vivíamos los que trabajábamos en Bella Vista. Pero no eran nuestras, eran del ingenio, cuenta un hombre que se presenta como Galván". Dice que tiene 79 años. Parece muchos menos.Extrañamente -si se lo compara con sus compañeros, los que estuvieron con él en la refundación del caserío- pocas arrugas le cruzan la cara y sus piernas lo sostienen con firmeza.Los demás se ven con los dedos y las piernas doblados por la enfermedad y, seguramente, el trabajo duro en los cañaverales.
Como no encontramos nada, nos metimos, dice Félix Coronel. A pesar de que yo no sabía ni lo que era una cooperativa, suma Segundo González.
Cuando empezaron los despidos en Bella Vista, el ingenio ofreció las tierras de la colonia -unas 2 mil hectáreas- como indemnización. Y con esa única posesión se metieron, como dicen ellos mismos, a levantar el pueblo.
Los fundadores están reunidos en uno de los salones de la sede cooperativa. Allí, no hay lujos: unos paneles de telgopor le dan forma al cielorraso y en algunos sectores, las paredes perdieron pintura.
Si los pioneros de Campo de Herrera debieron aprender cómo se administraba apenas con un par de años en la escuela, los hijos de aquellos hombres están obligados a enfrentar los problemas que les impone la complicada economía de fin de siglo.
Hace poco más de un mes, Ramón Jerez fue reelegido como presidente de la cooperativa. Su tarea y la de quienes lo acompañan en el consejo de administración no parece fácil: tienen que hacer rentable la cooperativa, saldar deudas, mantener las fuentes de trabajo y en lo posible multiplicarlas, dice. Difícil porque el precio de la caña está por el piso y durante el 97 las lluvias hicieron perder buena parte de la producción.Ramón está en Campo de Herrera desde los 17 años, hace ya más de dos décadas. Cosechó y sembró limones y frutillas. Su esposa y sus hijos lo siguen con el trabajo en el campo. El, además está aprendiendo a negociar con gerentes de banco y funcionarios de la Dirección General Impositiva. Y entre surcos y escritorios definen el futuro del pueblo-cooperativa.
fuente: nota archivo 9sept1998
https://www.clarin.com/sociedad/vida-pueblo-funciona-cooperativa_0_Bkkf8lG18ng.html

otros videos:
Video "De ellos es la tierra" (Nov2015)
Video Cooperativa Trabajadores Unidos Campo de Herrera (Sept2013) https://youtu.be/8ke46xWLHeM
enlaces relacionados:
Cooperativa Trabajadores Unidos de Trabajo Agropecuario Ltda. Campo de Herrera
En junio de 1967, en asamblea general a la que concurrieron 119
socios, fue aprobado el estatuto social por el que se creó la
Cooperativa Trabajadores Unidos de Trabajo Agropecuario Ltda. En su gran
mayoría, sus socios eran obreros agrícolas de la caña de azúcar
provenientes de diversas colonias del ingenio Bella Vista. Actualmente,
está integrada por 124 socios y su actividad se basa en la producción de
caña de azúcar, el cultivo de cítricos y la elaboración de ladrillos
cerámicos.
La crisis azucarera de 1966-1967 y el caos social provocado por el
cierre compulsivo de fábricas azucareras en funcionamiento dieron lugar a
que uno de los ingenios afectados, Bella Vista, despidiese a
trescientos cincuenta obreros con los que mantenía una deuda salarial
impaga de varios meses. Esto provocó una fuerte resistencia de la
población, luchas callejeras y movilizaciones que se oponían al cierre
de la fábrica, su principal fuente laboral. Como propuesta de emergencia
al conflicto social, el ingenio cedió dos mil hectáreas de tierra al
Gobierno provincial como parte de pago de su deuda empresaria con el
fisco y a fin de ser entregadas a los trabajadores cesanteados para
paliar el impacto desocupacional y seguir disponiendo de mano de obra
para las tareas de sus campos.
Las tierras no se entregaron a modo de indemnización, sino que se las
canjeó por deudas con el Estado; luego, el Gobierno de la intervención
militar las vendió a la cooperativa y solicitó la colaboración del INTA
para la formulación de un plan de distribución de las tierras. La
cooperativa compró el predio con todo lo contenido en él, viviendas y
otras construcciones precarias, con un crédito del Banco de la Provincia
que se pagaría en siete años: algo que se cumplió totalmente a los tres
años para resguardarlas de posibles avatares políticos en un momento de
convulsión social.
La propuesta del INTA fue mantener las dos mil hectáreas como una sola
unidad productiva sin parcelar y aprovechar así las ventajas de una
economía de mayor escala. Se aconsejó crear una cooperativa de trabajo
como empresa alternativa integral. Desechaba con ello la distribución
individual de lotes de tierra ya que ello significaba reproducir el
minifundio, con su secuela de pobreza y desprotección social. La
propiedad de las tierras, edificios y demás medios de producción sería
societaria y no personal. El objetivo era transformarlos en propietarios
rurales asociados a través de una organización solidaria administrada
en forma democrática por el conjunto.
En junio de 1967 la cooperativa se constituyó con 119 socios sobre 140
trabajadores cesantes consultados: una parte no aceptó la propuesta y
emigró de la provincia. El promedio de edad de los fundadores era de 50
años, con bajos niveles de instrucción escolar, semianalfabetos.
Mediante la asistencia del INTA y la Dirección de Cooperativas de la
provincia, se constituyeron los órganos de gobierno según la legislación
cooperativa. La FOTIA, organización sindical de fuerte protagonismo en
las luchas gremiales de la época, que llegó a registrar 50.000
trabajadores sindicalizados, si bien no tenía fijada posición
institucional sobre el tema, alentó y respaldó a la nueva entidad
cooperativa. Se ocuparon las dos mil hectáreas de terreno con mil
hectáreas de cañaverales de baja producción y también con dos poblados
ya existentes, Finca Tulio y Colonia 8, que sumaban un total de 116
casas-rancho donde su establecieron los asociados con sus familiares. El
total de personas residentes sumaron 866 habitantes en la comunidad,
sobre la cual la cooperativa ejerció influencia directa e indirecta.
En el primer año se cultivaron a mano los escasos cañaverales y se
realizó la primera zafra, producción que fue entregada al ingenio Bella
Vista, que finalmente dejó impaga dos terceras partes, nunca canceladas.
Se realizaron también plantaciones con caña provenientes de semillas de
variedades nuevas, de alta calidad, aportadas por el INTA. El plan
contempló además el cultivo de maíz, trigo, arroz y batata, intentos de
diversificación como fuente de ingresos adicionales y ocupación de la
mano de obra inactiva en verano. En 1970, se inició la producción de
ladrillos macizos por corte manual en Colonia 8 para generar ocupación
laboral continuada e ingresos económicos complementarios en los períodos
de interzafra.
En los cinco años de vida de la etapa fundacional de la cooperativa, se
realizaron diversas acciones sociales y comunitarias, entre las que se
destacan la organización de una huerta comunitaria y un almacén
comunitario como nuevo sistema de aprovisionamiento de alimentos. La
huerta producía las principales hortalizas de estación, que se
distribuían gratuitamente entre la población en forma equitativa de
acuerdo a la necesidad familiar diaria. Se mantuvo activa con altibajos
durante treinta años, pero su cierre se produjo por reducción de gastos
durante una fuerte crisis económica. En un nuevo sector con red de riego
por goteo localizado fue reactivada con criterios de
autoabastecimiento, venta externa de excedentes y preparación de
conservas alimenticias. El almacén funcionó durante veinte años, pero se
destruyó parcialmente en 1977 por un incendio aparentemente
intencional. Posteriormente se recuperó y en 1990 se cerró
definitivamente.
En el territorio de la cooperativa existieron desde sus comienzos dos
escuelas primarias, una en Campo de Herrera (ex Finca Tulio) y otra en
Colonia 8. La cooperativa impuso la obligatoriedad de asistencia escolar
de los niños como condición para la continuidad laboral de sus padres
zafreros, fueran locales o inmigrantes. Ambas escuelas siguen con sus
funciones educativas. En cuanto a la educación secundaria, desde 1970 la
cooperativa aporta su colaboración con becas, libros y costo del
traslado de los estudiantes a las escuelas de nivel secundario en Bella
Vista y posteriormente a la Escuela Agrotécnica de Lules.
Entre los servicios básicos se provee energía eléctrica y agua potable
desde 1969. En cuanto al servicio médico, se instaló un pequeño
consultorio. En la actualidad, se ha acondicionado un local para
destinarlo al funcionamiento del Centro de Atención Primaria de la Salud
(CAPS) atendido por personal calificado del Sistema Provincial de Salud
(SIPROSA).
Desde el comienzo de la cooperativa, un tema de gran importancia fue el
de proveer viviendas a todas las familias de socios y allegados que se
radicaban en Campo de Herrera (antigua Finca Tulio).
Las 116 casas rústicas existentes se adjudicaron en usufructo vitalicio
y gratuito a los socios iniciales: este beneficio continuaba al
jubilarse y, en caso de fallecimiento, se extendía a su familia directa.
Se construyeron luego más viviendas con ladrillos y mano de obra local y
se erradicaron totalmente las viviendas rancho.
Finalmente, se solicitó y obtuvo el retiro de la dependencia policial
existente, ya que se consideró innecesaria su permanencia al asumir la
propia sociedad velar por la disciplina interna. Se estableció un
reglamento de disciplina con aprobación de la Asamblea en donde se
especifican normas de comportamiento laboral y social.
Actualmente, la producción se basa en tres productos: caña de azúcar
(85 %), cultivo de cítricos (10 %) y elaboración de ladrillos cerámicos
(5 %). En 2008, obtuvo un certificó de buenas prácticas agrícolas en los
módulos “frutas y hortalizas” y “cultivos a granel”, según el protocolo
GLOBALG.A.P.
En síntesis, los mayores logros y ventajas comparativas identificadas
por sus integrantes radican en la disposición de condiciones básicas
alimentarias, el mantenimiento de la fuente laboral para un importante
sector de la población y el estado de calma social imperante y la
continuidad de aportes para acciones de desarrollo comunitario e
individual en favor de familias de asociados y pobladores en general. A
ello se añade la significativa permanencia de población juvenil en la
localidad, mucha de la cual —en su mayoría mujeres— desarrolla estudios
de nivel terciario y otra tanta es absorbida como mano de obra
temporaria por la empresa.
Fuentes con las que se redactó el caso
- Hugo West (2014). Un pueblo cooperativo para el desarrollo rural y la economía social. Campo de Herrera. Tucumán. Reseña Histórica.
- Luis Mendez (1974). “Campo de Herrera, Tucumán”, en Revista Idelcoop, vol. 1, núm. 1.
- María Isabel Tort, Patricia Lombardo (2009). “La
sustentabilidad de la empresa social: la cooperativa Campo de Herrera”,
en VI Jornadas Interdisciplinarias de Estudios Agrarios y
Agroindustriales. Buenos Aires, 11 al 13 de noviembre de 2009.
- Santiago Bilbao y Hebe Vessuri (1986). “La experiencia rural de Campo Herrera”, en Participación, cogestión y autogestión en América Latina/1. Caracas: Nueva Sociedad.
- Viviana Reyes, Juan Rodríguez, Edgardo Quintana (2003).
“34 años del pueblo-cooperativa Campo de Herrera: recuperación de la
mística que nos dio vida”. Fondo Mink’a de Chorlaví, Centro
Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (CIID-Canadá),
Organización Inter-eclesiástica de Cooperación al Desarrollo
(ICCO-Holanda) y Asociación Latinoamericana de Organizaciones de
Promoción (ALOP).

El pueblo que no precisa policía
Pese a que no cuenta con vigilancia desde hace 20 años, la tasa delictiva es prácticamente nula.
10 de mayo de 2000
CAMPO HERRERA, Tucumán.
Nadie que no sepa lo que busca podría imaginar lo que esconde Campo Herrera, un pueblo de dos mil habitantes situado a 35 kilómetros al sur de esta capital. Ni el más avispado sería capaz de descubrir que allí no mandan intendentes ni delegados comunales, ni que esa gente hace más de veinte años le pidió a la policía que se fuera del pueblo.
Una cooperativa agropecuaria los une y organiza. Esa es toda la autoridad que existe. Así se recoge la basura, se mantiene el alumbrado público, se distribuye el agua potable, se da trabajo y, sobre todo, se educa.
Y en Campo Herrera no saben lo que es un robo y mucho menos una violación o un asesinato. El pueblo vive en paz y lo que sobra es tranquilidad.
El paisaje es idéntico al de muchas zonas rurales del país. Caminos vecinales que se cruzan, cercados por cañaverales, limoneros y, cada tanto, un rancho bajo la sombra de las moreras y los paraísos. Donde hay gente también hay perros, pollos, cerdos, tal vez algún caballo y una o dos vacas.
Cuando se llega a Campo Herrera, el caserío aumenta y también las calles de tierra, pero el paisaje sigue siendo el mismo. A la caña y al citrus se les suman plantaciones de frutilla.
Mirando pedalear
Gente que va y viene en bicicleta por la calle principal y otros que los miran pedalear, sentados a la sombra de una parra, que es también sombra y techado de la galería de la casa. No falta la televisión por cable en el lugar, ni alguna que otra computadora.
La cooperativa de Campo Herrera es el centro de la escena, en un pueblo que sufre cada vez que los precios del azúcar o del limón se desploman. Los ingresos del pueblo cayeron el 50% en general el año último respecto del anterior, por el mal momento del azúcar.
Sin embargo, la cooperativa se ufana de poseer alrededor de 2000 hectáreas plantadas con caña, citrus y algo de frutilla.
Todos en el pueblo están vinculados de alguna manera con la cooperativa. La entidad se encarga de afrontar todos los costos de los niños y adolescentes que buscan estudiar o aprender un oficio para subsistir en el pueblo en el futuro. En caso de haber enfermos graves, que deban ser derivados a un hospital, la entidad les paga el transporte y los gastos de internación.
Fundada en 1967, fue una de las estrategias instrumentadas, con el apoyo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), para enfrentar la crisis del azúcar, un año después de que el entonces presidente militar Juan Carlos Onganía decidió cerrar once ingenios en esta provincia. Otro dato: en ese tiempo, 200 mil tucumanos abandonaron la provincia por falta de trabajo.
Sobran ideas nuevas
"A los problemas les ponemos el pecho con ideas nuevas." Esta consigna, palabras más, palabras menos está prendida en cada socio de Campo Herrera. Curiosamente, son campesinos de siempre, tradicionales, pero sin miedo de patear el tablero y de acabar con los prejuicios más arraigados. Aunque nacidos y criados en el campo, los habitantes en general son más innovadores y revolucionarios que cualquier progresista "de la ciudad", como le llaman a la capital en el interior. La necesidad los ha vuelto más creativos.
Las exigencias de la banca financiera, de la DGI y la caída del precio del azúcar les ha ceñido el cinturón y en los últimos años no han podido incorporar más socios a la cooperativa, que es uno de los principales objetivos.
Como resultado, hijos y nietos de cooperativistas se están quedando fuera de la organización. Por ello, los socios decidieron que sus herederos debían capacitarse para "salir a pelearla por su cuenta", hasta que la cooperativa esté en condiciones de absorberlos, una vez que se recupere financieramente, según explicó el presidente de la entidad, Ramón Jérez.
Como si el pueblo no fuera demasiado curioso ya con su sola existencia, dejando de lado pruritos, sus habitantes emprendieron una experiencia singular:formar mujeres albañiles.
El objetivo es diversificar la mano de obra y ofrecer servicios diferenciados. "Porque la mujer tiene un margen muy amplio de servicios para disputar con el hombre", afirmo Viviana Reyes, psicóloga de Campo Herrera.
La cooperativa se sumó al Programa de Ocupación Laboral y Servicios Comunitarios que depende del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la Nación. El proyecto, ya ejecutado, permitió la formación en aspectos técnicos de albañilería y pintura de obra y de búsqueda e inserción laboral.
Mujeres con fratacho
"Aprendí algo que jamás imaginé que haría", dice Olga Ortiz, de 17 años, la más pequeña de las nuevas albañiles. "No hay ninguna diferencia entre ellos y nosotras. Hacemos el mismo trabajo", asegura Viviana Palacio. "Sólo que las chicas somos más prolijas, minuciosas y detallistas que los varones en las terminaciones", se ufana Zulema Igarzábal, albañil.
Los jóvenes mantienen intactas sus ilusiones en el futuro, aunque José Ignacio Salto, jubilado, considere que "todo está muy mal y veo a la juventud desanimada".
"No veo futuro para los jóvenes aquí", reflexiona Salto, que mes tras mes se arregla para vivir con los 150 pesos de su jubilación. Campo Herrera tienta a sus jóvenes y les genera expectativas. Viviana Palacio cree que es posible vivir y progresar en el pueblo.
"Mientras la cooperativa nos apoye en todas nuestras iniciativas, será posible quedarse aquí y trabajar", afirma.
También la cooperativa gestionó, mediante el gobierno nacional, el dictado de un curso de manejo integral de máquinas y herramientas. Un grupo de 21 chicos de entre 13 y 18 años se capacitan en la práctica de un oficio que puede ser su futuro. Juan José Juárez, de 16 años, afirma: "Me siento bien aquí. Si puedo, me quedaré en Campo Herrera para trabajar". Víctor Orosco, también de 16 años, considera que su pueblo es sinónimo de vida.
"La cooperativa nos ayuda y aquí me quiero quedar", expresa con vehemencia. El espíritu cooperativista brota de la gente en Campo Herrera. Tanto es así que prefieren ir a contrapelo de las exigencias del mercado, si eso redunda en el bienestar general.
"Para ser eficientes hoy en la caña de azúcar hay que mecanizar el ciento por ciento los trabajos, pero esto va en contra del espíritu de la cooperativa. Y si mecanizamos la tarea, dejamos a mucha gente sin trabajo", confiesa Ramón Jérez.
fuente:
https://www.lanacion.com.ar/16182-el-pueblo-que-no-precisa-policia
